La violencia en los jóvenes está instalada en la vida cotidiana. Reconocemos la violencia pública que tiene lugar en la calle y la violencia privada que acontece puertas adentro del hogar.  Un chico de 14 años se quejaba del dolor que tenía en su mano. Fue en la conversación con él que pudo captar el marco en que esa mano entro en acción contra una pared en respuesta a un NO de su padre.

El acto violento muchas veces pasa a ser el remedio que usan los jóvenes para sacarse de encima la angustia, de la mala manera.  Los psicoanalistas constatamos que la violencia es una respuesta frente a la angustia de existir.

Muchas veces, la angustia irrumpe sin que la persona tenga idea de qué lo afectó. No sabe bien porque hizo lo que hizo. Hay una desconexión entre la respuesta violenta y lo que la produce. Y  eso es muy llamativo, porque antes la violencia se ejercía como reivindicación, para ponerse en contra de. Más bien hoy nos encontramos con el acto violento sin mediación, a veces en un total vacío de sentido. Y eso angustia a los padres, al docente, que no saben qué hacer.

Hoy los jóvenes experimentan la angustia de existir debido a una desorientación generalizada, que les hace creer que nada tiene sentido. Cada vez más solos y con lazos afectivos débiles. La violencia tiene que ver con esto, con una ruptura de  los lazos y su consecuente declinación de la autoridad.

Lacan en los años 70 adelantó que el mayor problema de nuestro tiempo es la segregación. Vivimos en un mundo cuya brújula está dada por el mandato a consumir. Es palpable el problema que suscita la falta de capacidad de convivir con las diferencias. No se soporta lo diferente y  se lo quiere anular.

En ese marco segregativo, se ven conminados a hacerse a sí mismos, a reconocerse en su modo singular de ser.

El Psicoanalista Eric Laurent propone criar a los niños de una manera tal que logren apreciarse a sí mismos y hacerse un lugar en el mundo, que no sea un lugar de desperdicio. ¿Cómo ayudarlos para que puedan reconocerse a sí mismos y respetarse?

El psicoanálisis puede ayudar a que un joven pueda aceptar las reglas en la medida  en que se lo reconozca y se reconozca a sí mismo. Podrá saber que  la prohibición de ciertas cosas está acompañada de una autorización a  otras.  Eso es orientador a la hora de fabricar un rumbo propio para su vida, no a partir del capricho del otro, sino de lo más lo más propio de sí mismo.

Ese joven que sufre, puede en el encuentro con un psicoanalista hacer oir su verdad a través de la palabra. El psicoanálisis se caracteriza porque otorga a  la palabra un crédito para tratar el sufrimiento. Los jóvenes  demandan que  nos interesemos en cada uno. En ese sentido el psicoanálisis sale al cruce de la segregación.

 

Estela Carrera