El siglo XXI se presenta en la cultura y en lo social como el advenimiento generalizado de formas de lazo con los otros, la familia por ejemplo, que no pueden ser ya definidas como modelo para todos.

¿Qué es lo que cambia y que permanece invariable en estas nuevas formas que toman los lazos?

Los diferentes puntos de vista en los debates actuales acerca del ‘’casamiento para todos’’ o los nuevos modos de adopción, por ejemplo, implican en algunos casos que se tome como norma el modelo de la pareja tradicional heterosexual como ejemplo de estructura familiar.

¿Es posible seguir sosteniendo esa lectura? La evolución de los modos familiares implica al menos una revisión y un aggiornamiento.

Hay al menos un punto a interrogar: el deseo de normativizar, legislar, judicializar estilos de vida que hasta hace un tiempo no precisaban de ninguna legislación para existir.

Asimismo podemos preguntarnos si judicializar los lazos aporta alguna garantía de que eso funcione.

Quizás de eso se trate el intento: que la ley restaure una garantía que no hay.

La judicialización de los lazos, leído más bien como un empuje que opera sin medir las consecuencias, lo hemos interpretado como un emergente que toma la forma de un síntoma social a nivel de las instituciones y también en el campo de lo privado.

Empuje que, en algunos casos puede resultar un recurso para regular un punto de exceso, pero  en otros se presenta como una respuesta a partir de la angustia o la impotencia de quienes están a cargo de su resolución.

El discurso jurídico, ocasionalmente,  puede aportar elementos para refrenar la impulsividad, pero en ningún caso podemos eludir que esa intervención de la ley, sustituya la demanda de un sujeto, su palabra, en la que un deseo circula sabiendo que es ese un motor fundamental para que un lazo se constituya.

 

Roxana Chiatti