En este contexto de un capitalismo furioso, nos tocará velar con responsabilidad
y decisión por nuestros libros, nuestra publicación, así como por esos
remolinos de conversación democrática en los que nos formamos
y que llamamos carteles
”.

Pilar Ordóñez, Discurso Nov/2023

Lacan inventa el dispositivo del cartel como órgano de base y como medio para realizar el trabajo de la Escuela.

La vida del cartel se distingue por el remolino que produce turbulencias ante la pendiente natural que arrastra hacia la pereza y el mutualismo.

No es un grupo como los demás, cuenta con el movimiento de la disolución y la permutación para que este original modo de estar juntos no se congele en la masa, ni en el sueño de lo perdura para siempre. Más afín a un lazo social nunca visto, anudado a la causa psicoanalítica, el cartel nos da ocasión para que la enseñanza de Lacan tome cuerpo.

“…en el cartel se sostiene una conversación permanente sobre el psicoanálisis que da cuerpo a nuestra comunidad como una comunidad de experiencia”[1].

El corazón del cartel aspira a hacer transitar una experiencia de Escuela, que nos da la oportunidad al lazo social que cuenta con la palabra encarnada y el decir contingente de cada uno. Su apuesta de trabajo nos invita a embarcarnos en un estar con otros arriesgándonos al hallazgo, trou-vaille, a la elaboración de un saber puesto a punto en la enunciación en la que cada cartelizante se autoriza.

El trayecto del cartel apuesta a que nos dejemos orientar por la brújula de lecturas accidentadas, un andar a tientas sensible a una experiencia auténticamente analítica que vaya contra la acumulación y la erudición.

Su espíritu nos invita a no conformarnos con el saber dormido y supuesto al Otro, preferimos los sobresaltos de los caminos del deseo, con otros, sin el seguro a todo riesgo.

Montones de personas vinculadas entre sí por algo que no se sabe que es…”[2].

¿Alcanza con juntarse?

Respuestas que podemos rozar si consentimos a pasar por la experiencia del cartel, por la dimensión de la contingencia del encuentro, en cada chance de animarnos a pensar tomando la posta de lo propio acompañados por otros. Si entramos en la práctica de la conversación dejándonos llevar por el juego de las intromisiones y resonancias que sorprenden en cada ocasión, quizá no sabremos dónde llegaremos, ni tendremos garantías; sí quizá la oportunidad de verificar que no entramos igual que como salimos, la alegría que bulle nos convoca en la dignidad de esos encuentros.

Mariana Quevedo Esteves


[1] Mauricio Tarrab, “Tres para el psicoanálisis: Cartel, Escuela y Pase”.

[2] Jacques Lacan: “El Atolondradicho” en “Otros escritos” Paidós Argentina 2012.