La noción de catástrofe fue sistematizada por la OMS a partir de que se propone intervenir en la ayuda humanitaria que requieren estas situaciones tan penosas. La definición, que aparece en los manuales de salud, destaca dos condiciones para su identificación. La primera, requiere que se evalúe la magnitud del acontecimiento respecto de la capacidad de respuesta de una determinada comunidad. Es decir, es condición que la comunidad en cuestión se encuentre desvalida frente al acontecimiento. Declarada incapaz de responder con sus propios recursos, se declara la situación de catástrofe. La segunda condición es que esa respuesta sea de tipo sanitaria. No es menor, ya que supone una reacción del aparato estatal administrativo. Un aparato que hace un uso específico del lenguaje standarizado con el que intervienen en la realidad, pretendiendo ordenar un mundo.
Rescato, entonces, de esta definición de catástrofe, el hecho de que prescinde de la naturaleza real del evento y acentúa la incapacidad del sistema sanitario para dar una respuesta.
Quizás por eso, para la OMS, los países “en vías de desarrollo”, valga el eufemismo, son más susceptibles de sufrir catástrofes. A esta posición amorosamente intervencionista podemos contraponer la hipótesis de Paul Virilio. Este autor sostiene que, por el contrario, las comunidades más desarrolladas tecnológica y económicamente, son productoras de accidentes y catástrofes. Su alta protocolización, la confianza plena en sus aparatos (político-administrativo-técnico), las deja en desventaja.
Extraño privilegio que pesa sobre los más pobres que, por no contar entre sus supuestos con que el sistema funcione, reciben más naturalmente la furia de los dioses, los reveses de la fortuna.
En psicoanálisis, el concepto de trauma tiene una tradición específica que remite a Freud. El trauma, a diferencia de la catástrofe, no admite una selección de más o menos proclives a vivirlo. Es una experiencia que atraviesa a todo ser hablante. Claro que contingentemente, cada quien, llega a su cita con ese trauma que podríamos llamar estructural.
El modo en que cada uno responde al trauma estructural es el modo en que ordena su subjetividad. La subjetividad es una respuesta en torno a este cráter inicial. Puede ocurrir que, además del inaugural, se produzcan otros encuentros traumáticos a lo largo de la vida. Estas experiencias podrían llamarse traumas accidentales. El trauma accidental no admite un catálogo de situaciones riesgosas. Una situación resulta traumática únicamente en razón de lo que se vuelve insoportable para cada subjetividad.
Analizando algunos informes televisivos sobre las inundaciones en Córdoba (ocurridas en febrero de 2015), escucho a una señora que le dice al periodista: “No se lo puedo explicar, fue horrible. Me pasó lo mismo que en mi inundación, perdí todo, hasta la noción del tiempo. No me daba cuenta que ya era otro día”. Por supuesto que al reportero le interesó preguntar sobre los daños materiales e insistió en preguntas acerca de las pérdidas. Yo no pude dejar de escuchar “mi inundación”. Si traigo esta anécdota es porque me permite distinguir que un acontecimiento exterior y penoso no equivale a un trauma igual para todos.
Diagnósticos fáciles e inútiles
Me sorprendió también ver cómo la pantalla se inundaba con informes que incluían el Trastorno de stress post traumático (TSPT) entre las peores consecuencias. Querer generalizar con la figura de los afectados por el stress post traumático es una operación de poder que impone la categoría de “víctima de la catástrofe”. Esta categoría homogeneizante borra la singularidad de quienes, habiendo pasado por un sufrimiento, deben además someterse a semejante clasificación.
Las inundaciones fueron un acontecimiento doloroso, pero no necesariamente traumático para todos. Si fue traumático para algunos, no lo fue de la misma manera. Cada quien vivió “mi inundación” y podrá hacer un trabajo de elaboración sobre el asunto. La categoría de stress post traumático (TSPT) que mide con la misma vara, termina por aplanar cualquier indicio de respuesta subjetiva que se pueda esgrimir. No sólo que es una categoría dudosa en su fundamento científico, es también aplastante. Vale recordar que esta categoría surgió como un intento de normalizar las incómodas consecuencias que tuvo para el estado norteamericano el regreso de los combatientes de la guerra de Vietnam.
La popularización del TSPT se debe a que se la incluyó en un manual diagnóstico norteamericano, el DSM. Los criterios diagnósticos que se aplican para su detección son tan amplios y poco precisos que podrían quedar reducidos al único hecho de “haber vivido una situación desagradable en los últimos tres meses”[1]. Pero sobre todo no salda la distancia que existe entre el concepto de “coyuntura desencadenante” o “agente” con el de causalidad.
¿Además de “víctimas de la inundación” se catalogará con el Trastorno de Stress Post Traumático? ¿En nombre de qué se cierra el tema con semejante homogenización diagnóstica?
[1] Levy Yeyati 2014.
Pilar Ordoñez