“Bajo un mismo techo” es el título que orienta nuestra investigación, extraído a partir del trabajo sobre las admisiones realizadas durante este año en la RED de la EOL. Algo que podemos identificar a partir de diversas demandas, un rasgo común de situaciones singulares y siempre disímiles, que llamó nuestra atención. Nos preguntamos si se trata de una particularidad de la época, nos interrogamos sobre su función. Parejas separadas que habitan bajo el mismo techo durante largo tiempo; hijos que no se van nunca y encuentran la salida del hogar como imposible; sujetos que deambulan en una vida de viajes pero que llaman “casa” al hogar de sus padres; jóvenes que habitan espacios formando comunidades; personas de distintas edades que no pueden salir de su casa, que en la calle se atemorizan, no frente a riesgos externos, sino a los de su propio cuerpo que finalmente los encierra y paraliza.

En su acepción más corriente el techo tiene la finalidad de protección, amparo y cobijo del sujeto pero también destila otra acepción que es la del límite que impone algo. Podemos pensar que frente a la precariedad de lo simbólico, ¿sólo queda el techo?, ¿es posible pensar que frente a la declinación del Nombre del padre, solo queda el “mismo techo”, como modo de habitar una vida?

También hay otra variante, y tiene que ver con la palabra “mismo” el cual es un demostrativo de identidad, es ese y no otro. Entonces si se trata del “mismo” techo, podríamos aventurar, como una hipótesis posible, que en muchos de estos casos existe una dificultad de separación, de ese modo: ¿no hay posibilidad de ir más allá de él? ¿Es eso o el desarraigo, es eso o el “sin techo”?

Podemos hacer un pequeño avance quizás pensando el modo en que se constituyen los lazos sociales hoy. Partiendo desde allí es posible reconocer que las agrupaciones que habitan bajo un mismo techo no son aquellas que Freud describió en  su “Psicología de las masas”, se trata más de un pegoteo, una aglomeración. “Es esto de lo que Lacan va a prescindir proponiéndonos un nuevo régimen del lazo social, a partir del fantasma y del goce, y ya no a partir de la identificación”[1]. En las comunidades de goce y de consternación, más allá de la posible identificación a un rasgo común, está el lazo de los cuerpos afectados. En el actual habitar o sólo transitar el mismo techo hay el goce como factor aglutinador.

El aglutinamiento es la unión de varias cosas de manera que se forme una masa compacta y homogénea mediante una sustancia. Esa sustancia es el goce y su superficie de inscripción: el cuerpo, sus afectos y las pasiones que genera. Los afectos compartidos, factor que puede reunir “bajo un mismo techo” o también segregar.

¿Los techos serán nuevos tejidos, piel, bordes de ciertos cuerpos sociales? De ser así, habrá que advertir que el techo es una cuestión de cuerpos y ver en cada oportunidad de qué se trata y qué función cumple para el sujeto.  Hoy a los psicoanalistas nos toca una labor que  implica entonces poder interpretar estas realidades nuevas, dimensionar el valor del goce como factor aglutinador y las posibilidades del sujeto de encontrar un nuevo arreglo, más vivible, para habitar una vida de acuerdo al “techo” que la identificación a su síntoma le permita.

Es una de las líneas de investigación con que los invitamos a trabajar. Los esperamos en nuestras reuniones de trabajo.

[1] Laurent, Eric. “El goce y el cuerpo social”, extracto de “Pasiones religiosas del parletre”, conferencia pronunciada en el X Congreso de la AMP, Río de Janeiro el 22 de abril de 2016.

 

Bárbara Navarro