Mucho se ha escrito ya respecto al pasaje, en términos foucaultianos, de la sociedad disciplinar a la del control. La psiquiatría clásica implicaba, en sus descripciones y prescripciones, la primera. La psiquiatría actual claramente la segunda, la del control desenfrenado a partir de la generalización de los diagnósticos y las prescripciones farmacológicas.

El santuario de la “tierna” infancia ha sido también forzado, los niños no se salvan de ese empuje que la ciencia ha introducido en la Psiquiatría, ya poco afecta al paradigma clínico: la prevención y el tratamiento precoz, es decir, el control. También abundan las estadísticas que lo demuestran, en nuestro país y en otros: es decididamente masivo el uso en niños de antipsicóticos y estimulantes atencionales, por ejemplo. Los niños y sus conductas son tratados en adelante por los especialistas (en general neurólogos, ya ni siquiera psiquiatras) según el paradigma problema – solución.

Estamos de lleno en lo que Jean Claude Milner llamó La política de las cosas. Hace pocos años trabajamos en nuestra Sección un filme sobre la Infancia bajo control. En la película había ejemplos patéticos de esa reducción de las conductas infantiles, sobre las que Freud hubiera investigado la relación del sujeto infantil a la pulsión, a delirios seudocientíficos que imponen una intervención según el paradigma problema – solución de la política de las cosas (recuerden al niño torturador de insectos, potencial genocida). Maurice Corcos nos comenta algunos ejemplos en donde arribamos ya a la noción paradojal de tratamiento – preventivo, tratamiento de lo que aún no está, prescripción de un fármaco para controlar lo que quizás se presente (El hombre según el DSM. El nuevo orden psiquiátrico. Editions Albin Michel, 2011): “Giramos en redondo cada vez más con el advenimiento de trastornos y síntomas poco marcados en la infancia, de validez dudosa, sin embargo ´fiablemente´ predictivos (en el sentido estadístico) de la esquizofrenia, y que justifican para algunos un tratamiento preventivo precoz. A riesgo de tratar y de estigmatizar un gran número de niños que no evolucionarán hacia la esquizofrenia.

Esta fue la crítica principal dirigida a McGorry (Schizophrenia Bulletin, vol 22, 1996), el iniciador de la evaluación y del tratamiento de los soft-signs en la esquizofrenia. Los prodromos de la esquizofrenia detallados por McGorry comportaban una multitud de síntomas atípicos entre los cuales los síntomas negativos eran los más habituales: reducción de la atención y de las capacidades de concentración, baja de los deseos y motivaciones, anhedonia, retraimiento social, pero también ansiedad, irritabilidad, síndrome depresivo, culpa, ideas suicidas, modificación del apetito, problemas del sueño, etc. Son signos que se encuentran frecuentemente en la adolescencia, … McGorry se apoyó en un estudio de Falloon (1992) utilizando criterios para tratar estos sujetos como esquizofrénicos potenciales, incluso precisando que Falloon mismo admitía que los individuos había podido ser tratados sin necesidad!”.

Sólo el Psicoanálisis podrá restituir al tratamiento de un niño su dimensión subjetiva. Su política no es la de las cosas, sino la de los seres hablantes. Sus paradigmas no se remiten al modelo problema – solución, sino que ponen en juego, a través de la palabra, la relación de cada sujeto a su cuerpo, a la modalidad singular de goce que el traumatismo de lalengua comporta para cada ser hablante.

Por ello, si decimos que hay una masificación alarmante en el uso de fármacos con los niños, decimos también que como analistas tenemos que asumir una política decidida respecto a hacer escuchar nuestra clínica, e intervenir, en los foros sociales en donde esto se debate y decide. Frente a una voluntad política se puede oponer otra, como nos ha enseñado J. A. Miller.

 

Alejandro Willington