Los síntomas en el cuerpo en la experiencia de la clínica con niños, son hoy muy frecuentes. Uno de esos síntomas tiene que ver con los cuerpos agitados, niños que no pueden parar, excesivamente inquietos, impulsivos, desregulados.
La hiperactividad es un significante que proviene del Otro de la ciencia, más específicamente del discurso médico plasmado en los manuales DSM, y que intenta dar cuenta de estos fenómenos en el cuerpo, pero que al igual que otros nombres comunes como el ataque de pánico, la depresión o la bipolaridad, ya instalados en el discurso social, en la educación y en la lengua familiar, no alcanzan a localizar la particularidad del sufrimiento subjetivo.
Para un psicoanalista no se trata de ingresar al niño a un diagnóstico, sino que es importante poder detectar ¿Por qué se agita el cuerpo de un niño? ¿Qué hace que no pueda detenerse ante las órdenes o consignas de un mayor? ¿Por qué un niño corre y salta hasta dañar su cuerpo, y a veces no siente el dolor o no nota que se ha cortado? Y en todo caso, a partir de responder algunas de estas cuestiones, localizar a qué responde en ese niño el exceso de movimiento.
De ninguna manera se trata de lo mismo en todos los casos: un niño que corre sin parar porque ha hecho una travesura y no quiere ser pescado, se diferencia de un niño que corre sin parar porque verdaderamente no puede detenerse, y a veces sólo lo hace al encontrar un obstáculo que lo frena, contra el que a veces se hace daño.
Hay niños hiperactivos, en donde el síntoma de la agitación es una respuesta a la excesiva demanda que el mundo le propicia, y ante la cual el adulto no encuentra el modo de frenarla, no alcanza a propiciar una respuesta que contenga esa inquietud, tal vez porque también es parte de ese mundo excesivamente demandante, y aún cuando se trata de niños con recursos para interpretar qué quiere el Otro de él, es decir, niños que pueden ubicarse en relación al deseo, ese desborde en el cuerpo no logra ser localizado y reutilizado de un modo más llevadero.
Pero también nos encontramos con niños que no puede inhibir su impulsividad, ni regular sus comportamientos porque justamente no tienen esos recursos que le permiten interpretar qué quiere el mundo de él, qué quieren sus padres, la escuela, los otros. Son niños que no han podido ser alojados en un sistema significante y en donde todo su ser es sumiso a un Otro de la demanda, dejando por fuera el deseo.
El psicoanálisis no propone adaptar al niño en su movimiento, sino que se plantea investigar a qué responde ese exceso de movimiento en cada quien, apuntando en la orientación del tratamiento a que ese niño pueda reinventar en algunos casos o construir en otros una respuesta que le permita encontrar una relación más amigable y llevadera con ese goce que lo habita.
Eugenia Molina