“Cualquier tonto sabe,

Un perro necesita un hogar,

Un techo,

Contra los cerdos con alas”.

(Pink Floyd, Animals).

 

“Creo haberte dicho alguna vez que los techos de las casas son el ojo múltiple de Dios,

 No me acuerdo, Si no te lo dije con estas precisas palabras, te lo digo ahora…”

(El techo a Don José, Saramago, Todos los nombres).

 

“Bajo el mismo techo”, sintagma que recortamos de los dichos de sujetos que realizaron la admisión a la Red de nuestra Sección en el transcurso de este año. Su recorte nos planteó la posibilidad de esbozar una serie de líneas de investigación clínica que se desprenden, y que serán propuestas a nuestra comunidad para el trabajo:

  • “Aglutinados, bajo el mismo techo”. La declinación del nombre del padre y la imposibilidad de separación.
  • “Bajo el mismo techo, virtual”. Sobre el auge de las comunidades de goce (las virtuales y las “reales”).
  • “Bajo el mismo techo, tras el mismo muro”. La función del techo en la sociedad de riesgo.
  • “Bajo el mismo techo, lazos sociales inéditos”. Los tiempos del Otro que no existe y la invención de los lazos.

A partir de éste último eje propusimos el título de este primer trabajo, poniendo entre signos de pregunta el estatuto de los lazos sociales que se establecen a partir, o a través, de la vida “on line”.

El techo, en una de sus vertientes, acentúa su lado de amparo, de protección, que  también puede ser invocado en su vertiente simbólica, como un ideal de familia, por ejemplo. Hoy se presenta más referido al amparo en la realidad de muchas personas, que emparentado a los ideales familiares de antaño, aunque también relacionado a las condiciones de satisfacción de cada sujeto, que se ponen en juego necesariamente en sus lazos. Inferimos de la escucha en las admisiones, diversos modos de agrupamiento que alientan la formación de comunidades ordenadas por un modo de goce compartido. La época del Otro que no existe impone a los sujetos contemporáneos el imperio múltiple de los objeto a, situados en el cenit del lazo social, y si pensamos en las comunidades “on line”, podemos ubicar al “cielo” como una proyección del techo. Así, el “techo virtual” aparece como oferta de diversos modos de gozar. Los sujetos se agrupan en torno a un objeto y a una práctica en torno a él.

Podemos interrogarnos acerca de estas redes, qué son, cuál es su lógica y su soporte. Se trata de artificios técnicos que hacen presente lo que Lacan llamó los surcos de la aletósfera, esa red que nos envuelve, tejida por el modo como el discurso de la ciencia opera y avanza con su arsenal simbólico sobre la naturaleza, y transitada por las letosas, esos “pequeños objeto a minúscula, que se encontrarán al salir, ahí sobre el asfalto en cada rincón de la calle, tras los cristales de cada escaparate, esa profusión de objetos hechos para causar su deseo, en la medida en que ahora es la ciencia quien gobierna, piénsenlos como letosas[1]. Esta atmósfera, en la que todos respiramos, se halla atravesada por estos surcos ya no tan sólo como ondas aleatorias que cada tanto nos harán llegar noticias fantásticas (Lacan relata al respecto la de la llegada del hombre a la luna[2]), sino que se encuentran completamente instalados, determinando distintas modalidades subjetivas y de lazo. Ya no hace falta estar en la luna para necesitar conectarse a su red, sino que más bien, en nuestros días, quien no está conectado a esa red es considerado como un lunático. Interrogada sobre este punto, la investigadora brasilera Paula Sibilia nos da una respuesta muy precisa: “¿Que revelan sobre la sociedad contemporánea, las redes sociales como Facebook, Orkut, Twitter y Myspace? – Estas nuevas herramientas, que aparecieron en los últimos años y de repente se tornaron tan populares, sirven para dos propósitos fundamentales. En primer lugar, ayudan a construir el propio “yo”, o sea, sirven para que cada usuario se auto-construya en la visibilidad de las pantallas. Además, son instrumentos útiles para que cada uno pueda relacionarse con los otros, usando los mismos recursos audiovisuales e interactivos.”[3]

Este relacionarse con otros varía de acuerdo a la dispersión de los objetos. El mercado y la ciencia inducen así la dispersión de los lazos sociales. Aspectos como la inmediatez, la conectividad, el estar online, el signo “visto” de whast app, son símbolos que ejemplifican el modo inédito y particular de los lazos en la época, los cuales cabalgan en una dimensión temporal hoy privilegiada: la instantaneidad (un ejemplo: Instagram), como corolario de ello: la ubicuidad, lo efímero, la dilución.

Ese sesgo de fragilidad y dilución no es sin la dura consistencia del goce y de la experiencia de satisfacción que aporta. Lacan, en el seminario 17, relaciona la satisfacción que las letosas proveen a la satisfacción que procura el fantasma, las letosas logran ubicarse en el lugar de causa del deseo, permiten una recuperación de goce “al modo” del fantasma, aunque “las letosas se multiplican y son masificantes, Lacan las ubica como objetos universalizables[4], es decir de un goce para todos. No ocurre lo mismo con  el goce que procura el fantasma, que siempre es para cada uno, este goce singular tendrá solo su chance, en el marco de un discurso, el del analista. Podemos pensar aquí la presencia del analista como una posible salida en la época, encarnando algo del objeto pluralizado en las redes sociales, en los objetos tecnológicos, en las pantallas. El analista con la voz, los gestos, la mirada, el silencio, haciendo con su propio cuerpo un instrumento que aloja el goce singular del sujeto.

El analista se propone como semblante de objeto a, como un objeto más del mercado, pero en el marco de un discurso que pretende cernir el lugar del objeto a en la vertiente de resonancia singular del fantasma, en la medida en que el sujeto consienta a ello, y el analista sepa procurar el vacío donde eso pueda resonar. Un lugar que habilite un lazo que no sea cualquiera, un lazo no tan líquido que detenga el deslizamiento. Dicho lugar se podrá situar en el marco de una “pausa presencial”[5], bajo el mismo techo también, es decir contando con la presencia del analista, en donde el mercado y sus letosas verán limitado su imperio.

[1] Lacan, Seminario 17, Capítulo XI.

[2] Lacan, Idem: “Esos astronautas, como se dice, que tuvieron en el último momento algunos probemillas, se las habrían arreglado mucho peor –y no hablo de sus relaciones con el aparatito, ya que tal vez se las habrían arreglado bien ellos solos- si no hubieran estado acompañados todo el rato por ese a minúscula de la voz humana. (…) lo importante es que sigan estando en la aletósfera”.

[3] http://virtualia.eol.org.ar/019/pdf/opinion_ilustrada_sibila.pdf

[4] Alvarez, Patricio. “Salidas del discurso capitalista”, www.elsigma.com

[5] Leserre, Aníbal. “El analista…pausa presencial”, revista Mediodicho N° 41, EOL Sección Córdoba, pág. 47.