“Para él, mirar tiene el valor de tocar”

Una lectura del caso del Hombres de las Ratas por Esthela Solano Suárez. Recorte del texto que se encuentra en Revista LACANIANA de Psicoanálisis, n° 22: El demonio del pudor. Escuela de la Orientación Lacaniana, Buenos Aires, 2017.

(…) Volviendo al tema de su sexualidad, una vez más, el Hombre de las Ratas recuerda que desde la infancia siempre sufrió de sus erecciones. Y que éstas se producían cada vez que imaginaba desnuda a una mujer que lo excitaba. Sin embargo, admite que a pesar de su excitación sexual, no practicó la masturbación durante la pubertad. También constata que, ya adulto, su vida sexual fue bastante pobre. De esto deduce que su sexualidad «se había conformado simplemente con mirar».5 Freud escribe en sus notas : «Para él, mirar tiene el valor de tocar».6 En efecto, la palabra c~ave nos es aportada por el propio sujeto cuando admite que para él la satisfacción sexual se condensa en la mirada. La mirada como objeto plus de goce se substituye en el lugar de la imposible relación sexual, procurándole una satisfacción.

El paciente mismo puso en primer plano, el componente voyerista de su vida erótica, desde la primera sesión de análisis propiamente dicha, cuando dijo: «Mi vida sexual empezó muy temprano. Me acuerdo de una escena de mi cuarto o quinto año (desde mi sexto año poseo un recuerdo completo), que años después me afloró con claridad. Teníamos una gobernanta joven, muy bella, la señorita Peter. Cierta velada yacía ella, ligeramente vestida, sobre el sofá leyendo; yo yacía junto a ella y le pedí permiso para deslizarme bajo su falda. Lo permitió, siempre que yo no dijera nada a nadie. Tenía poca ropa encima, y yo le toqué los genitales y el vientre, que se me antojó curioso. Desde entonces me quedó una curiosidad ardiente, atormentadora, de mirar el cuerpo de las mujeres».7 Nuestro pequeño voluptuoso se muestra muy emprendedor desde sus cuatro o cinco años. Renovará la experiencia algunos años más tarde con otra gobernanta, la señorita Lina, de tal manera que recostado a su lado en la cama, la descubría y la tocaba, mientras que ella se dejaba hacer complacientemente. Estas experiencias despiertan en él la curiosidad ardiente de mirar el cuerpo de las mujeres, de lo que no se privaba en el momento de los baños compartidos durante su temprana edad con la gobernanta de turno.

Esta experiencia infantil activa el deseo de mirar. A partir de la manera en que él habla de esto, constatamos que, en un primer tiempo, satisfacía su curiosidad a través del acto de tocar. El no ve, toca. Toca entonces los genitales y el vientre de la señorita Peter, y esto le parece «curioso». Dicho término figura en las notas de Freud entre comillas: «curios»,8 y denota según los traductores la presencia de una palabra extranjera que, a pesar de no ser germánica, es sin embargo empleada en alemán bajo la influencia del francés.

Según la etimología, la palabra curieux en francés proviene del latín curius, bajo la forma de «curios», que tiene que ver con los «cuidados», y que siglos más tarde adquiere la significación de curieux.

Es interesante constatar la presencia de esta palabra prestada, de esta palabra extranjera, surgida de la boca del paciente, justamente cuando evoca la impresión infantil que se produce en él cuando toca los genitales de un cuerpo de mujer. Algo extraño, extranjero, relativo a ese cuerpo Otro se impone ante él. No sabe qué es lo que tocó. Sabe que es «curios» y consecuentemente, él mismo se vuelve curioso, siguiendo así, sin saberlo, el desliz impuesto por la lengua que hacia el siglo XVI produce un desplazamiento de la palabra «curios», en el sentido de «cuidar», hacia el sentido actual de curieux, que alude a una persona deseosa de ver o de saber.

Entonces, ¿cómo podemos leer este fragmento? El acto de tocar lo lleva a experimentar algo que produce un agujero en la representación. Aquello que experimenta con su mano es irrepresentable, en tanto que es inasimilable a la representación que él tiene de su propio cuerpo. En ese momento se encuentra con algo extraño, inasimi4t,ble, que contradice la consistencia de la representación de su propio cuerpo. Entonces, podemos suponer que el tocar, la palpación de un cuerpo Otro, lo enfrenta con la dimensión de lo hétero cuya consecuencia es la de inducir en lo representable un efecto de agujero. A este efecto de agujero responderá en el sujeto el deseo de mirar mujeres desnudas. ¿No es el objeto mirada como plus-de-gozar, y como causa del deseo, lo que viene al lugar «de lo que del Otro, no es posible percibir»,9 como lo indica Lacan en el Seminario 20?

Aquello que del Otro no pudiese ser percibido y que escapa a la percepción, a la mirada, a lo palpable, a lo visible, a lo imaginable, a lo representable pone de relieve lo real sin sentido, que ex-siste al registro imaginario y simbólico. Es entonces, como lo señala Lacan, que para el hombre, el objeto a viene al lugar del partenaire faltante, substitución que se sostiene en el dispositivo del fantasma, produciéndose y surgiendo como consecuencia de lo real.

De ahora en más, nuestro pequeño voluptuoso tendrá que arreglárselas con la mirada, él mismo se vuelve todo mirada, después de haber sido mirado por eso tan extraño que experimentó con su gobernanta complaciente. Su ser de mirada recubrirá bajo el velo del fantasma el real sin sentido del Otro sexo.

La apetencia voyerista como él mismo lo indica, tendrá consecuencias de goce. Recuerda que desde los seis años sufría. erecciones. Las padecía al punto que un día va quejarse a su madre, no sabiendo qué hacer con e e fenómeno. Para lograr pedirle ayuda a su madre le hizo falta -como él lo indica-, poder vencer sus escrúpulos, ya que en cierto modo presentía el lazo íntimo que ligaba sus erecciones con sus fantasmas, fantasmas que él mismo llamaba ‘mis representaciones».

También cuenta que en esa época sus violentos deseos de mirar mujeres desnudas producían en él «un sentimiento de inquietante extrañeza -unheimlich- como si por fuerza habría de suceder algo si yo lo pensaba, y debía hacer toda clase de cosas para impedirlo».1º Asimismo, dice que en él se imponía «la idea enfermiza de que los padres sabrían mis pensamientos, lo cual me lo explicaba figurándome que yo los había expresado sin que yo mismo me escuchara hablar». 11 Después de haber desplegado esta serie, el paciente agrega: «Veo en eso el comienzo de mi enfermedad». 12

En cambio, Freud considera que el paciente acaba de exponer aquí, durante su primera sesión de análisis, no el comienzo de su enfermedad, sino su enfermedad misma, es decir una neurosis obsesiva completa, «el núcleo y el modelo de su neurosis ulterior, un organismo elemental en cierto modo cuyo estudio -y sólo él- podrá permitimos comprender la organización compleja de la enfermedad actual». 13

Esta secuencia del relato del paciente es extremadamente rica. Podemos constatar que las coordenadas del síntoma en tomo a las que girará su análisis fueron planteadas por él desde la primera sesión. El relato del paciente presenta el proceso de constitución del síntoma neurótico infantil, como la respuesta al real de lo sexual.

De entrada, es fácil constatar su orientación sexuada viril, afirmada muy tempranamente. Son los cuerpos de las mujeres los que lo atraen, en la medida en que le indican un misterio, el misterio de la feminidad. El avanza en este campo para descubrir, develar, explorar, tocar, palpar; pero en lugar de resolver el enigma, cae en una trampa, él mismo es tocado por la cosa curiosa y extraña que surge ante él. La mano que toca, cederá luego su lugar a la mirada, la cual sostendrá su deseo de mirar mujeres desnudas, mientras que el cuerpo del niño «se goza» bajo el dominio de la actividad pulsional en su un empuje ardiente.

Consecuentemente, un órgano comienza a moverse y a hacer de las suyas, no sin suscitar revuelo, el niño padecerá entonces las erecciones y sin saber qué hacer pedirá ayuda a su madre. Aquí constatamos el origen traumático del encuentro con la sexualidad desde el momento en que el goce fálico, fuera del cuerpo, viene a asociarse a un cuerpo dicho «macho» bajo las incidencias del objeto plus de goce. Como signo del trauma, entonces, surge un afecto penoso, angustiante, del orden de un «sentimiento de inquietante extrañeza» – unheimlich-, como signo de lo real, signo que testimonia de aquello que ex-siste al cuerpo a modo de un goce que lo despierta y lo atormenta. (…)

Referencias

5 Freud, S.: «Notas originales de S. Freud sobre el caso del ‘Hombre de las Ratas «‘, op. cit., pág. 72.

6 lbid.

7 Freud, S.: «A propósito de un caso de neurosis obsesiva», En: Obras completas. T X, Amon-ortu. Buenos Aires, 1990, págs. 128-129.

8 Freud, S.: «L’homme aux rats. Journal d’une analyse» , Presses Universitaires de France, Paris, 1974, nota al pie de página nº20 , pág. 35.

9 Lacan, J .: El Seminario, Libro 20, Aun, Paidós, Bs.As., 1992, pág. 78.

10 Freud, S.: «A propósito de un caso de neurosis obsesiva (1909)». op. ci1 .. pá.tt. 130.

11 lbid.

12 lbid.

13 lbid.