
«¿Por qué no admitir en efecto que, si no hay virilidad que no sea consagrada por la castración , es un amante castrado o un hombre muerto (o incluso los dos en uno) el que se oculta para la mujer detrás del velo para solicitar allí su adoración, o sea desde el lugar mismo mas allá del semejante materno de donde le vino la amenaza de una castración que no la concierne realmente?».