Hombres, esposos, padres
Ana Simonetti en Mediodicho. Revista de Psicoanálisis N° 32 | 2007 | EOL Sección Córdoba

Si bien Lacan nos adelantó muy tempranamente la declinación de la imago paterna en “Los Complejos familiares”, de 1938, las consecuencias clínicas de este anuncio las advertimos mucho más tarde. También debemos considerar que la formalización del Edipo freudiano que nos propone en “De una cuestión preliminar a todo tratamiento de la psicosis”, de 1958, con la metáfora paterna y la clínica estructuralista devenida de ella, operó como rodeo de aquel anuncio. Recién en su última enseñanza, como lo señala J.-A. Miller en la Conversación de Arcachón, en 1996 (Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, 413) no pedimos ningún privilegio para el Nombre del Padre porque él es un síntoma, el mejor y el peor de los síntomas, y saber arreglárselas con el síntoma es valerse del Nombre del Padre como instrumento.
En la actualidad de la clínica, con cada sujeto que consulta surge la cuestión para el analista de qué ocurrió con este instrumento, cómo interpretó el lazo entre los padres y cómo se ubicó él mismo. Es que Lacan, en el trayecto de pluralizar el Nombre del Padre, plantea que para que haya función paterna, debe abordar a la mujer como la causa de su deseo en tanto objeto a.
La tabla de la sexuación que elabora en el Seminario 20 mathematiza este planteo: del lado masculino hay un sujeto que aborda a una mujer en tanto objeto a, la que constituye la fórmula del fantasma; y en el Seminario 22 agrega que un padre sólo tiene derecho al respeto, al amor, si está pere-versamente orientado, es decir, que hace de una mujer objeto a causa de su deseo. Y allí mismo indica que a falta de la representación sobre lo que es el padre -igual que falta para la mujer- se aborda un agujero, y es necesario que una letra ocupe ese lugar para que haya función: F(x). Es, asimismo, la función del síntoma.
El enunciado aludido considera que hace falta alguien que establezca la excepción para que la función de la excepción se vuelva modelo. Pero advierte de la paradoja que es el revés, que sólo la excepción no hace modelo. Quiere decir que hace falta encarnarla, es el padre existente, vivo, que hace de una mujer la causa de su deseo para hacerle hijos, lo que indica un desplazamiento fundamental del padre simbólico, donde cualquiera podía ejercer la función. Es la père-versión, única garantía de su función de padre -también la función del síntoma-, modelo de la función. Que la excepción que se constituye, lleve a un hombre a devenir modelo, para que un goce se inscriba en letras efectivas en relación al cuerpo de los hijos. De ellos se ocupa la mujer, otros objetos a; hace falta entonces diferenciar entre mujer y madre.
Eric Laurent, quien comenta esta referencia en El modelo y la excepción (Miller, El Otro que no existe y los comité de Ética), aclara que la pére-versión del padre no indica precisamente a la figura del «buen» padre, sino que indica que la función esencial del padre es despertar la cuestión de la causa del deseo respecto de una mujer. Y por cierto, ello no declina que intervenga, «…excepcionalmente en el buen caso, para mantener en la represión, en el justo no-dicho la versión que le es propia por su père-versión» (Lacan, R.S.I, clase del 21/1/75).
¿Y qué ocurre con el papel de la mujer respecto del hombre en el devenir modelo de la función? En el escrito de Lacan de 1958, importa que la madre reserve lugar de autoridad a la palabra del padre, mejor aún, al Nombre del Padre en la promoción de la ley. Pero en este tiempo posterior de su enseñanza, ya se trata de la mujer y, respecto del padre, de su père-versión.
Sabemos que no sólo es el significante, el deseo y la ley; se trata también del goce y más aún: de lo necesario en ese sentido para que haya una función.
La época nos introduce de lleno en la caída de la per-versión como directriz sexual para los seres que hablan, lo que se vincula, a mi entender, a lo que Lacan indica como los efectos psicotizantes de esa caída.
El trabajo realizado durante dos años orientado por el tema del 5to Congreso de la AMP; y que por iniciativa y coordinación de Fabián Naparstek se tituló «Padre, masculinidad y singularidad», en su conclusión destaca cómo en la época en que el Nombre del Padre constituía un S1 fuerte, lo masculino hacía una clase inconfundible, mientras que en nuestra época este S1 devaluado se pierde entre la diversidad lábil. La propuesta de Naparstek es considerar la caída de la respuesta perversa en tanto orientadora de la sexualidad, como causa del impasse de lo masculino y considerar la transformación del papel de la mujer en la civilización en este tiempo histórico, incidiendo en esa caída.
Freud nos señala la debilidad de los intereses sociales de las mujeres de su época, radicalmente diferente de los del varón que encontraba una salida por la sublimación. Pero la cultura liberal, al incluir a la mujer en el trabajo bajo el reconocimiento del contrato, implicó una salida progresiva de esa posición y una creciente inclusión de la mujer en el campo social, referencia que hace Laurent en el curso citado. Por cierto, este cambio fue incidiendo en los ideales de familia, de maternidad, de matrimonio, a medida que iban perdiendo su prestigio los ideales de la familia paternalista, con la incidencia en la declinación de la autoridad paterna, de la pérdida de respeto y amor que indica Lacan. La solución masculina en la neurosis, de la perversión que dibuja el fantasma, muestra su caída. Resulta una dificultad ubicar a una mujer en el lugar de causa.
Ocurre en la época que una serie de casos de hombres asisten a un psicoanalista en el momento de conmoción del fantasma por el cambio del semblante femenino.
Sus demandas es querer saber si están equivocados en querer preservar los valores sostenidos por el respeto y el respaldo de la mujer que pasa a cuestionar su lugar de cabeza de familia, función que aseguró a instancias de su mujer a lo largo de los años. Algunos llegan a ubicar que esa mujer es una adicción!
Si bien el trabajo analítico va situando a cada uno en su singularidad, aproximándose a la lógica del lugar de la mujer como objeto de goce en el fantasma, justamente la salida de ésta en el semblante que encarnaba, o su transformación, es la que desencadena en cada uno la caída del semblante fálico o la captación del riesgo de que se produzca, con la conmoción de su universo largamente resguardado, donde también se sostuvo la función paterna. La conmoción devela la desorientación producida por la falta de representación de lo que es ser padre, y que ordenaba la père-versión.
Otra vuelta de la investigación, que no abordaré aquí, es la función de la mujer como síntoma del hombre. Al final de la enseñanza de Lacan, el fantasma se une al síntoma en tanto en ambos lo fundamental es el núcleo de goce. La experiencia analítica permite constatar que el síntoma de uno entra en consonancia con el síntoma del otro, como lo ha desarrollado J..-A. Miller en el curso citado. Me ha orientado la referencia de Lacan en el Seminario 20, «Pues no hay allí más que encuentro, encuentro en la pareja, de los síntomas, de los afectos, de todo cuanto en cada quien marca la huella de su exilio, como parlètre, de la relación sexual» (175).