Seguir despertando de la eternidad del sentido y lo virtual
Claudia Lijtinstens
La insensatez de los acontecimientos de lo real y de la virulencia de lo que circula en el demos instaura una especie de corte en el devenir de este no-encuentro de los cuerpos, una urgencia colectiva que profundiza la tiranía del Uno solo.
El autoerotismo y la satisfacción solitaria crean la ilusión de poder prescindir del amor, del encuentro y hasta de la división del lenguaje mismo, tornando todo imaginarizable, simbolizable por la vía del sentido, procurando desterrar lo imposible, la división, haciendo consistir el ensueño de la suspensión de la relación del cuerpo con el goce.
Se instauran escenas cotidianas en las que las propias ficciones no alcanzan a entramar aquello que de lo contingente hincó sobre lo imposible. Imprevistos de lo real que traumatizan la vida cotidiana perpetuando un estado de adormecimiento inercial de esos cuerpos extasiados por las capturas de lo virtual que hace parecer viva la mirada distópica de la cámara, esa que desarticula el cuerpo y la imagen en un topos en el que el tiempo itera sin puntuación.
El psicoanálisis, como experiencia de palabra, posibilita introducir también un corte, pero con lo real del tiempo -en tanto serie y repetición- y lo real del espacio -en tanto goce- a partir del semblante del objeto pulsional, ese objeto del que el cuerpo goza y que el analista encarna en su acto.
Y, frente al advenimiento de lo real, el psicoanalista -como lo destaca Lacan en La Tercera- “…tiene por misión combatirlo”. (…) “… A pesar de todo, lo real bien podría desbocarse, sobre todo desde que tiene el apoyo del discurso científico”[1].
¿Pero, cómo tocamos esos cuerpos por el sesgo de las pantallas? ¿Cómo causar el carácter no homogéneo, no infinito, del tiempo? ¿Cómo introducimos el acontecimiento imprevisto de la interpretación de manera que ciña, que recorte o nombre algo de ese real, de esa soledad substancial?
Es necesario que la interpretación siga apuntando a sorprender “lo esencial que hay en el juego de palabras para no ser la que da de comer sentido al síntoma[2]”, aislando esos significantes que resuenan como letra de inscripción de una satisfacción en el cuerpo, significantes Unos sin conexión a otros.
La palabra puede tocar el cuerpo. Y el analista debe instrumentalizarse para permitirlo, perforando lo virtual y el sentido, extrayendo al sujeto a partir de los artificios de la transferencia, allí donde el analista -en cuerpo, encore, aun- instala el objeto a en el sitio del semblante[3]. Allí donde instala un espacio y un tiempo, que es también un corte, pero que señala el vacío para que el analizante/interpretante pueda leer, allí, ese “…dónde estoy en el decir”.
¡Y esto no es sin la formación! Formarse, como dice Lacan[4], en seguir distinguiendo la hendidura, el intervalo entre el discurso y el goce, entre el cuerpo y el semblante, de manera de despertar Un decir.
[1] Lacan, J.: “La tercera”. Rev. Lacaniana Nº 18 p 17 Bs. As. 2015